Sin embargo ahora, encerrado en la soledad de esta blanca y solitaria habitación me gustaría tener a alguien que cruzase esa puerta, me robase una sonrisa o tal vez un beso y me hiciese saber cuanto me amaba. Pero sé que no puedo esperar nada, después de lo superficial que he sido en los últimos años ya no puedo pedir que alguien me ame siendo como soy. Por ahora me contentaré, a lo sumo, con que la enfermera traspase la puerta para traerme el almuerzo. Porque, ¿qué más puede esperar un olvidado paciente a la espera de un transplante de riñón?
Entonces la puerta se abre y la emoción que sentí al ver lo que sucedía se disipa en cuanto veo a la enfermera. No es a ella a quien espero, no es a ella a quien quiero ver. Suspiro, sé que no vendrá. Además no logro comprender ese repentino entusiasmo por verlo, ya que es tan solo mi médico y no se presenta en mi habitación hace una semana. No tendría por que venir hoy, domingo, catorce del segundo mes, día de los enamorados. Por que debería pasarlo con su novia, su amante, su mejor amiga o algo por el estilo, ¿no es así? Lo sé, pero aún así no puedo evitar esperarlo. Y me odio por ansiarlo de esta forma, él nunca pareció interesado en traspasar el límite de médico-paciente. Intento distraerme con algo, pero resulta casi imposible. Las horas se prolongan, parecen compuestas de interminables minutos.
Tomo, para matar el tiempo, el calendario que descansa en mi mesa de luz. Tacho un día más, aquel catorce de febrero. Hoy hace exactamente dos meses que estoy allí. Sí, es deprimente. He pasado navidad y año nuevo en un hospital. La sonrisa vuelve a mis labios al recordar aquel último festejo. Gerard, mi médico, debía cumplir una guardia aquella noche, por lo que se quedó en mi habitación hasta muy pasadas las doce, cuando se vio obligado a abandonarla por algunos casos que debía atender. Me había reído mucho esa noche y la había pasado muy bien en su compañía.
Las enfermeras mueren por él, si todavía no lo he mencionado. Gerard tiene un par de años más que yo, el cabello negro, los ojos verdes y una hermosa sonrisa. ¿He dicho hermosa sonrisa? Creo que deberían bajarme alguna dosis de medicamento, me están afectando seriamente.
Apago la televisión porque como sospeché antes de encenderla, no hay nada que valga la pena. Decido, finalmente, que debería intentar dormir un poco. Me roto hacia un costado, sé que no lograré conciliar el sueño boca arriba. Cierro los ojos, dispuesto a dormir. Pero la puerta se abre, obligándome a abrir los ojos. No puedo evitar la mueca exasperada que instantáneamente se esfuma al ver los ojos verdes del doctor Way. Parece arrepentido de haber interrumpido mi fallida siesta, y logro oírlo murmurar:
-Siento haberte despertado Frank. Volveré en un par de horas, cuando hayas descansado.
-No, está bien. No estaba durmiendo, solo intentaba matar el tiempo.
Gerard sonrió, conciente de que el encierro me tenía bastante alterado.
-¿Cómo te has sentido los últimos días? Lamento no haber pasado a verte, pero…
No dejaría que me llenase de excusas, con que hubiera venido hoy me bastaba.
-Descuida, no hay problema. Me he sentido bien, ya sabes, no es como tener un riñón nuevo pero supongo que aguantaré unas semanas más. Las nuevas medicaciones son bastante fuertes, me han hecho dormir bastante-dije con un tono que pretendía ser alegre.
-Lo sé, y lo lamento, pero las necesitas.
Le sonrio y hundo mis ojos en su mirada aceituna.
-Feliz día de San Valentín-suelta, finalmente, sacando una rosas negras de atrás de su propio cuerpo.
Las tomo, le agradezco y me ahogo por completo en aquel gesto. ¿Por qué? Si él no es… No somos nada, el es un simple médico. ¿Por qué me ha traído flores? Suspiro y me sonrojo. Él parece notar que algo me incomoda.
-¿Qué sucede?-me pregunta de una manera muy ingenua.
-Nada sucede, solo intento comprender por qué lo haces-suelto con abatimiento.
-¿Hacer qué?
-Esto, desaparecer por una semana y luego volver y traerme un ramo de rosas. Me dirás: “es San Valentín”, pero no tienes por qué hacerlo. Tal vez deberías gastar ese dinero en alguna bella mujer. No tenemos ningún tipo de relación y aún así lo haces-mi comentario, en demasía despechado, me sorprendió al salir de mis labios.
-No debo tener una razón para traerle flores a mi paciente favorito, ¿o sí?-me dijo con tanta simpleza que no pude replicarle más nada. Si el creía que no debía tener motivo, bien, no debía.
Me repugna creer que estaba sintiendo algo por él. Aún así no puedo calmar los latidos de mi corazón cuando dijo que era su favorito.
-Supongo que no-digo cuando mi alegre bombeador de sangre se calma.
Me sonríe dulcemente, y no puedo hacer más que mirarme las manos, bastante incómodo. ¿Acaso pretende que le coma la boca de un beso? Si no es así le ruego que saque esa sonrisa encantadora, doctor, porque mi resistencia no es fuerte en todo lo referido a usted.
Largo una corta carcajada ante mi propio e interno chiste.
-¿Qué es tan gracioso?-inquiere ya sentado al borde de mi cama.
Ruedo los ojos, no voy a decírselo. Su risa resuena en mis oídos como la música más dulce que he es escuchado nunca.
-Tengo otro regalo para ti...-me dice con una sonrisa seductora.
-Si tu objetivo no es que me de un paro cardíaco te sugeriría que me lo des otro día. No creo que mi corazón aguante muchos latidos más.
Tomo su mano y con suma indiscreción lo llevo a mi corazón, que late desaforadamente bajo su tacto. Puedo ver como se revuelve el pelo con premura. Entonces acerca su rostro a mi oído y susurra muy bajito:
-Me he ausentado por que he estado buscando por cielo y tierra un órgano para ti-lo oigo respirar, su aliento invade mi sistema, me distrae, me sube al cielo y me baja al infierno en un instante-. Y he cumplido mi cometido-casi puedo adivinar la orgullosa sonrisa de sus labios-. Te trasplantaremos mañana, felicitaciones.
Me roto para observarlo mejor. Así, tan cerca, puedo ver la exaltación de sus ojos, casi puedo oír su corazón, aprendo a leer sus pensamientos a través de sus ojos, adivinó sus sentimientos en su mirada. Se acerca aún más, acortando la distancia entre nuestras bocas. Las rosas caen al suelo, mis brazos se cruzan detrás de su cuello, acercándolo más, profundizando el beso. Puedo sentirlo morder mi labio inferior, puedo sentirlo dentro de mi boca, puedo sentirlo. Y agradezco que ninguna enfermera haya decidido interrumpir tan placentera escena, aunque me encantaría que viesen lo que Gerard ha hecho conmigo.
Poco a poco se aleja, ambos necesitamos respirar. Lo observo intranquilo, no tengo la menor idea de qué decir ahora.
-Feliz día de San Valentín-dice, da media vuelta y con un caminar sumamente seductor sale de la habitación.
No puedo culparlo, aquel inocente juego hace más excitantes las cosas. Al fin y al cabo, aunque no regrese hoy lo veré mañana, para la operación.
He cambiado por él, a quien le debo lo que soy ahora. Me he curado por él, a quien le agradezco por pertenecerme todos los días. He amado por primera vez, y doy gracias por ser correspondido. He amado, amo y amaré a Gerard Way aún más de lo concebible.